DIARIO DE ZOLPIDEM: LA CASA EN DONDE SE SALVÓ MAMI
Parece la Casa de las Conchas vista de afuera
Lunes 7.37am_En 20 minutos más la despertaré a mami, tiene que ir al médico para que le recete el puto zolpidem. Va a acompañarla papá, ayer fui al negocio y ahí estaban juntos los dos. Me hizo mucha ilusión verlos así. Quizá aún haya alguna esperanza de que no le receten la puta medicación esa.
A estas horas no queda otra que ponerse los cascos con meldías de Radio Clásica, así no escucho el despiole que orquesta Andrea. Igual calculo que enseguidita se irá. Los ruidos de Andra y Tiny suplantaron al amor de los temas de mi escritura. Quizá antes de irse tienda la cama, por eso el agatillado alboroto que caen del techo y agreden la interrumpida intimidad del cuarto. Tampoco falta el hiriente estruendo de la puerta cuando se marcha.
Haciendo un forzoso rancho aparte, me puedo centrar en la recitación del locutor castellano que lee un poema de Álvaro de Campos, contemporáneo del creativo Pessoa:
Me gustaría
que me gustara
gustar.
Lo había leído al vuelo en la Torrente, cuando las obras completas de Álvaro de Campos hicieron una azarosa injerencia en la búsqueda de otro poeta.
Martes 7.45am_Diaria de Zolpidem. Ayer el psiquiatra le dio zolpidem a mamá. Eso es algo que no puedo evitar a través del rezo. La palabra exacta para definir el estado en que queda cuando lo toma sería “ebriedad”. Queda como ebria un rato cuando se manda su media dosis. Es en la tarde que empieza a tomar de a media pastilla. “Voy a tomar una pastillita”, me dice, y se la manda con medio vaso de fanta.
Los primeros minutos después que toma va tambaleándose por los pasillos de casa. Y de inmediato se le nota en los ojos que está drogada. Cuando pasaron 40 o 50 minutos le agarran ganas de hablar. Ayer a la noche no paraba de repetir que André Rivera se retiró de la política para ser presidente de su partido y que la gente lo vote a él. Lo repetía como un loro mientras se reclinaba en el sofá. Sus ojos trasmiten vida cuando no está tan puesta con la pastilla.
Por otro lado Andrea acaba de irse. Me doy cuenta que se prepara para marchar porque si estoy despierto oigo que apaga la perilla de la luz. ¡LA LUUUUZZZ! Ayer a la tarde fue lo mismo, me dormí la siesta y a la media hora me despertó el vocerío de las de arriba. No puedo diferenciar bien lo que se dicen, pero es como si dos mujeres discutieran encima mío en francés.
Miércoles 9.20am_empieza el día de mi escritura con el recuerdo de una escaramuza con el funcionariado. Pero por otro lado: ¡Un poco de paz al fin! Se ve que Andrea no estuvo ayer, en toda la noche escuché el crujido de la cama rotosa, y hoy pude dormir hasta tarde pues no me despertaron sus golpeteos ni tacos a las 7 y media de la mañana, así que hoy tengo la esperada oportunidad de escribir libremente sobre las cosas que me dan una tierna felicidad todos los demás días.
Me inquieta desconocer cómo serán las inextricables raíces del buen albur, no puedo calcular si en 3 años sobrevivirá a otro trasplante. Siento una justa extrañeza al velver a escribir en absoluto silencio, disponer del tiempo necesario para concentrarme en cada línea. Entre gallos y medianoches siempre hay alguna cosa de qué quejarse. Los alborotos riñen entre sí para ver cual de ellos queda testificado a manuscrita. Piferré está más alto, el agua de lluvia le hizo crecer una nueva constante de febuccini. La esporádica macetita marrón de lata tiene gotitas de agua pegadas por todos lados. Parece la Casa de las Conchas vista de afuera. La imprevista aunque oportuna tranquilidad de la mañana se ha visto interrumpida por trámites y burocracias un tanto mafiosas, así que en breve iré hasta los juzgados de Salamanca. Ojalá sean buenas noticias. Y hablando de Roma: en un insomnio de hoy a la madrugada encuadré los últimos recuerdos de Mireia en la benigna posibilidad de que aún se acuerde de mí.
Mamá ayer estuvo genial. Parece decidida a perdonarlo a papá de su inconfirmable infelicidad. Tal vez el zolpidem le afecte para mal cuando almacana resentimientos en su corazón.
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